¿Cómo surgió el desarrollo de la salmonicultura en Chile?

Hace más de 100 años, el Estado chileno, a través de sus organismos de investigación y fomento, comenzó las gestiones que permitieron la introducción de varias especies de salmónidos originarias del hemisferio norte a nuestro país. Los primeros esfuerzos se realizaron entre 1850 y 1920, con la introducción de la trucha arcoíris (Oncorhynchus mykiss) y salmón atlántico (Salmo salar). Luego, entre 1921 y 1973, se sumaron especies como el salmón coho (Oncorhynchus kisutch) y el salmón chinook (Oncorhynchus tshawytscha).

En primera instancia, la introducción de estos ejemplares tuvo como finalidad poblar ríos y lagos con peces atractivos para la pesca deportiva, desarrollándose en ese entonces el “ranching de salmones” o cultivo abierto, es decir, cultivar ejemplares en cursos de agua naturales. De hecho, hasta 1973 existieron pisciculturas, como la de Río Blanco –región de Valparaíso–, que se dedicaban a producir alevines en cautiverio para que posteriormente fueran liberados en los ríos esperando que estos viajen al mar para crecer y luego retornar a desovar a su lugar de origen.

Sin embargo, a raíz del propósito país de potenciar actividades productivas que contaban con ventajas comparativas para contribuir a diversificar y dinamizar la economía, para finales de los años 70 se cambió el foco del ranching hacia el cultivo intensivo de salmónidos, por lo que estas especies empezaron a ser introducidas al país por empresas que comenzaron a incursionar en la salmonicultura en aguas chilenas.

Fase industrial e internacionalización de productos

Diversas empresas se constituyeron para apostar por el cultivo del salmón en el país. Igualmente, diversas compañías internacionales, como japonesas y holandesas, vinieron a sumarse a las locales para impulsar el desarrollo de la salmonicultura en Chile, por lo cual el sector adoptó un carácter industrial y comercial, transformándose en una fuente relevante de empleo y crecimiento económico para el país y la zona sur austral en donde operaba.

En los años 90 el crecimiento y progreso de la salmonicultura se mantuvo al alza, tal como venía sucediendo desde sus inicios, aumentando considerablemente la presencia de empresas vinculadas al sector y las cifras de producción, lo que llevó a la definitiva internacionalización del salmón producido en Chile.

Los productores chilenos se enfocaron en buscar nuevos mercados de destino que se sumaran a los principales –Estados Unidos y Japón–, lo cual provocó un aumento de las exportaciones y convirtió a los salmónidos en un elemento de gran relevancia dentro de la matriz exportadora del país. De hecho, los envíos de salmones y truchas prácticamente se han duplicado en la última década, pasando de ser un 6,9% de las exportaciones de bienes no cobre en 2010, a un 12,5% en 2021.

De esa manera, actualmente el salmón es la mayor exportación distinta del cobre de Chile, exportando más de 5.100 millones de dólares en 2021, y nuestro país ha logrado posicionarse como el segundo productor y exportador mundial de salmón, llegando a más de 100 mercados internacionales, entre los que destacan Estados Unidos, Brasil, Japón, Rusia y México.

Ecosistema de innovación

Desde sus inicios en los años 70, la salmonicultura demostró ser una industria de impresionante crecimiento, con empresas autosuficientes que hacían de todo, desde la construcción de infraestructura –balsas jaulas, muelles y pontones–, producción de smolts y alimento; hasta el procesamiento de los peces y comercialización de los productos.

A poco andar, se advirtió que la eficiencia técnica y económica de la industria exigía la externalización de servicios, de manera que las empresas matrices pudieran concentrarse en su negocio principal, producir salmones.

Es así como, desde mediados de los años 80, comenzaron a constituirse un gran número de negocios locales que vendían bienes y servicios especializados para la actividad y sus necesidades, naciendo así una legión de proveedores cultos en la salmonicultura chilena que rápidamente tomó la forma de un clúster industrial. El más inmediato beneficio de esto fue la sustitución, o al menos la generación de alternativas locales, de importaciones de equipos e insumos de alto costo.

Igualmente, se abrió una interacción con empresas proveedoras internacionales que aportó a diversificar y fortalecer la oferta de bienes y servicios locales; y abrió la oportunidad de generar desarrollos e innovaciones en nuestro país, generándose así el más grande ecosistema de innovación en acuicultura del hemisferio sur, el cual hoy día es capaz no solo de exportar con éxito sus productos de cultivo, sino que también productos y servicios hacia otros mercados.

Bibliografía:

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